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martes, 20 de diciembre de 2016

Apocalipsis Neperiano.




Tanto para muchos que recuerdan sus días de colegio como para los estudiantes que las viven hoy en día, la lección de logaritmos debe estar entre los dolores de cabeza que se suele asociar con la clase de matemáticas. En el ABC de los ejercicios de matemáticas están los logaritmos de base 10 o logaritmos neperianos, representados por el símbolo Log. El término neperiano procede del nombre del matemático que precisamente inventó los logaritmos, el escocés John Napier (1550-1617). Otro de los personajes importantes de la historia de las matemáticas, Napier es por cierto un completo desconocido para la mayoría de lectores hispanoamericanos, pese a que, como veremos, su historia es tremendamente instructiva.

Napier puede caracterizarse como un puritano, un calvinista estricto, muy al talante del presbiterianismo que se imponía en el reino escocés, precisamente cuando las islas británicas eran cruzadas por la revolución religiosa del siglo XVI. La conmoción profunda que provocó la Reforma protestante en la sociedad de la época se expresó a su vez en las preocupaciones teológicas que se abrieron paso en la lectura de la Biblia, lo cual trajo al primer plano del debate cuestiones olvidadas hacía rato. Durante la edad media los temas escatológicos clásicos habían quedado relegados en general a un lugar de menor importancia. 
Desde que San Agustín había realizado una lectura alegórica de mucho del contenido del libro de Apocalipsis, prácticamente el asunto parecía zanjado. Esporádicamente los textos del Apocalipsis habían llamado la atención de algunos movimientos heterodoxos de los últimos siglos medievales, tales como valdenses y albigenses, quienes vieron en ellos argumentos para su polémica contra el sistema papal, pero en general los escolásticos – los hombres oficialmente a cargo de hacer teología - estaban más bien preocupados de debatir sobre la filosofía de Aristóteles que de releer la escatología bíblica. Probablemente en un mundo estable y que no parecía sujeto a grandes cambios, la lectura agustiniana era más que suficiente para las necesidades religiosas de la época.

La reforma del siglo XVI vino a cambiar todo eso. Hay que aclarar de entrada que el Apocalipsis no fue la lectura preferida de los reformadores. Ni Lutero, ni Calvino, ni Zwinglio dedicaron su tiempo y su pluma a escribir comentarios sobre el último libro de las escrituras. Es posible que ciertas dudas acerca de su canonicidad o de su cristología hayan levantado algunos recelos en los reformadores. Como fuere, la evolución política de los acontecimientos posteriores a 1517 hizo que las cosas giraran en otra dirección. Lutero terminó por decantar que la lectura del Apocalipsis le proporcionaba las herramientas bíblicas y teológicas que necesitaba para justificar su polémica contra el Papado: al identificar al Papa como el Anticristo, Lutero proporcionó a los protestantes su bandera de lucha y una lectura escatológica consistente. Por cierto que esta identificación no fue original de Lutero, ya hemos visto que había sido hecha antes por los heterodoxos medievales desde el siglo XII; pero el reformador alemán le dio un contenido histórico preciso: el conflicto Papado – protestantismo era ahora una lucha entre Dios y el diablo.

Desde que Lutero había hecho este feliz descubrimiento - que el Papa es el Anticristo - los protestantes de todos los países de Europa lo tomaron como una suerte de santo y seña de su causa. El Apocalipsis vino a tener un significado histórico muy real, mostraba el devenir de la iglesia del pasado, del presente y del futuro. La escatología se convirtió de pronto en una cuestión teológica fundamental para una gran mayoría de protestantes. La lectura del Apocalipsis vino a tomar una nueva luz cuando el choque contra los ejércitos católicos sembró los campos y ciudades de Europa con un rastro de sangre, destrucción y muerte. La locura dantesca de las guerras religiosas convenció a muchos de que los sueños y visiones de Juan eran ahora una realidad que se cumplía ante sus propios ojos. Por supuesto, esto a su vez retroalimentó a los estudiosos de las escrituras ante el desafío de leer el Apocalipsis y darle una interpretación que tuviese sentido para la audiencia protestante. Cuando su natal Escocia se pasó al bando calvinista, John Napier se halló precisamente ante ese desafío.

Por increíble que nos parezca a nosotros hoy en día, el creador de los logaritmos era un convencido estudioso de las escrituras y en particular de la escatología bíblica. Para poner las cosas en perspectiva hay que señalar que Napier publicó su texto sobre logaritmos hacia el final de su vida, mientras que sus reflexiones sobre el Apocalipsis vieron la luz mucho antes, en 1593, bajo el título de “A Plaine Discovery of the whole Revelation of Saint John”. En su momento la obra de Napier alcanzó gran popularidad en Escocia e Inglaterra; no sólo esto, luego disfrutó de amplia aceptación también en los medios protestantes del continente. Napier parece haber sido empujado a escribir su obra a la luz de los acontecimientos recientes de la lucha católico – protestante. Apenas unos años antes, en 1588, la famosa Armada Invencible de Felipe II de España había amenazado con una invasión a Inglaterra, que de haber fructificado habría significado la ruina del protestantismo en las islas. Pero la Armada fue destruida por las tormentas marinas, hecho que fue interpretado por ingleses y escoceses como una señal divina, una salvación provista por Dios contra las fuerzas demoníacas del Papa. Era la mano de Dios interviniendo en la historia. Es precisamente lo que ve Napier en la lectura del Apocalipsis.

¿Qué enseñaba Napier acerca del Apocalipsis? ¿Qué lecciones escatológicas derivaba para su época? ¿Cuándo sería el fin del mundo según sus cálculos? Es difícil resumir en un espacio breve el contenido total de las ideas escatológicas de Napier, pero algunos detalles generales nos ayudarán a entender las líneas de su pensamiento. Entre otros muchos detalles, Napier hacía una lectura muy precisa de Apocalipsis 9:1-3. Como él lo veía, la “estrella que cayó del cielo a la tierra” no era otro que Mahoma, el fundador del Islam. Las langostas que aparecen en el mismo pasaje corresponden a los turcos selyúcidas, cuyas victorias en Asia Menor entre los siglos XI y XIV les habían abierto las puertas de los Balcanes y de Europa. Esta idea específicamente no era novedosa, pues antes Lutero y otros habían identificado a los turcos como el “Gog y Magog” de la profecía de Ezequiel. Hay que tener presente que al momento de hacer esta identificación, los lectores protestantes asistían con espanto a la visión del “peligro turco” que había penetrado profundamente en Europa entre los siglos XVI y XVII, al punto de amenazar varias veces a la misma Viena, en el centro del continente. Por lo tanto, ver al imperio turco otomano como una fuerza demoníaca tenía mucho sentido para la audiencia de Napier. Siguiendo con su análisis, Napier identificaba el año 29, el año del bautismo de Jesús y del comienzo de su ministerio, como el momento de la apertura del primer sello (Apocalipsis 5 y 6). Luego, calculando que cada sello equivale a siete años, el séptimo sello, que coincide con la primera trompeta, le lleva hasta el año 71 (29 + 42), el año de la destrucción de Jerusalén y del fin del reino judío. Combinando la lectura del Apocalipsis con la del libro de Daniel, específicamente con Daniel 12:11-12, y definiendo la “abominación desoladora” como la que tubo lugar en el 365, el año que Juliano el Apóstata intentó reconstruir el templo de Jerusalén, Napier llega a la conclusión de que el fin de los tiempos ocurrirá en algún momento entre los años 1688 y 1786, fecha más lejana para el segundo regreso de Cristo.

Para nosotros hoy, que evidentemente contamos con la ventaja de la perspectiva histórica, nos puede sonar descabellada e inadmisible la interpretación escatológica de Napier, al menos a la luz de las líneas generales que resumimos antes. Sin embargo, es importante revisar algunos aspectos de contexto para hacer un juicio equilibrado del matemático escocés. Primeramente, llama la atención quiénes eran las personas involucradas en la investigación escatológica. Durante los siglos XVI y XVII, incluso hasta los primeros decenios del 1700, la Biblia en general y la escatología en particular eran tema de interés para los hombres que hacían ciencia o matemáticas, como es el caso de Napier. En aquellos tiempos no existía ninguna incompatibilidad entre hacer ciencia y estudiar las escrituras, leer filosofía y discutir sobre escatología. Los mismos hombres que llevaban adelante la investigación científica estaban a la vez personalmente involucrados en la conexión de la Biblia con su realidad histórica; Napier es otro ejemplo de un grupo en el que destacan además celebridades como el alemán Kepler y los ingleses Boyle y Newton, por citar algunos ejemplos. En segundo lugar es interesante dimensionar el calendario escatológico que manejaban estos personajes. Napier, ya hemos visto, situaba el fin del mundo para unos cien o doscientos años en el futuro. Newton creía que no tendría lugar antes del siglo XXI, a más de trescientos años de distancia de su época. Es cierto que había muchos otros autores contemporáneos que ubicaban el fin del mundo en su propia generación, pero quienes, como Napier y Newton, creían que el fin escatológico estaba distante en un mediano plazo asumían una disposición distinta al enfrentar la vida cotidiana. Este es el tercer aspecto a destacar, el compromiso personal con la época que les tocaba vivir. Napier era un fiel representante de quienes creían en un apocalipticismo que generaba consecuencias con su tiempo. Por un lado, no existe en él la renuncia al mundo que se ve en grupos cristianos de nuestros días, para quienes la inminencia del fin les lleva a desechar toda posibilidad de intentar otros cambios en el mundo de hoy, si total pronto se acabará todo. Para Napier este razonamiento era impensado; la certidumbre de un fin escatológico, aunque vislumbrado como algo distante a su tiempo, era la base de su “compromiso” religioso, en su caso y en el de la mayoría de sus correligionarios protestantes esto significaba tomar partido social y políticamente por la lucha contra el Anticristo. Por último, es notable que este involucramiento con lo escatológico estuviese exento de extremismos sociales, cosa muy frecuente entre quienes enarbolaban la bandera del Apocalipsis. Lejos de los experimentos a veces violentos que se vivieron en Alemania en días de Lutero, Napier no hizo apología de ninguna reacción de fuerza frente al orden establecido.

En resumen, Napier, el matemático, el inventor de los logaritmos, fue ante todo un hombre de fe, profundamente involucrado en los acontecimientos religiosos de su tiempo. Compartía con sus contemporáneos una genuina preocupación por la escatología bíblica, por el Apocalipsis en cuanto revelación divina del pasado, del presente y del futuro. Como muchos hombres de saber de su tiempo, para Napier el conocimiento matemático, científico, iba de la mano con el conocimiento bíblico; ambas eran dos caras de una misma búsqueda de la verdad. El apocalipticismo de Napier, como el de buena parte del movimiento protestante de la época, tenía un tono mesurado, pero optimista. Veían en el Apocalipsis el espejo de su lucha contra el Anticristo – el Papa – y tomaban en serio su parte de responsabilidad en esa lucha, aunque sin recurrir a extremismos sociales. Aun cuando critiquemos sus supuestos y las conclusiones a las que arribó, el apocalipticismo de Napier tiene el valor de no ser una espera resignada del fin del mundo; en este sentido se aleja de la postura extendida en muchos círculos evangélicos que reniegan de participar social o políticamente en la sociedad porque el fin del mundo es inminente. Para Napier y los protestantes de su tiempo esa no era una opción, actitud que ayuda a entender por qué la reforma no sucumbió a la reacción militar católica. El matemático escocés siguió afinando sus números para extraer los secretos de la Biblia, donde los logaritmos fueron una etapa final de ese desarrollo. Nosotros nos hemos quedado con sus logaritmos, aunque hace rato sepultamos en el olvido y el desconocimiento el esfuerzo teológico que estaba detrás de esa búsqueda.

fuente/Teologiasyciencias.blogspot.com/