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jueves, 31 de diciembre de 2015

La Matriz Divina.




Russell Targ, cofundador del programa para las ciencias cognitivas del Instituto de Investigaciones Stanford en Menlo Park, California, describe con elocuencia y belleza esta conexión: "Vivimos en un mundo no local en donde las cosas separadas físicamente de las otras, pueden, no obstante, estar en comunicación instantánea." Targ aclara lo que significa dicha conexión, afirmando: "No se trata de cerrar mis ojos y enviarle un mensaje a una persona a kilómetros de distancia, sino más bien, en cierto sentido, no hay separación entre mi conciencia y su conciencia." La razón por la cual las señales no tuvieron que viajar entre los fotones es porque ya estaban ahí, jamás salieron de un lugar y jamás fueron llevadas a otro lugar en un sentido convencional. 


Por definición, cada lugar de un holograma es un reflejo de otro. Y una propiedad que existe en cualquier lugar de su interior, también existe en el resto. Entonces, en el holograma no local de nuestro universo, la energía subyacente que enlaza todas las cosas, las conecta a la vez instantáneamente.  


Los maestros espirituales, por lo general, están de acuerdo con los científicos en esta visión de la realidad. Como lo describe Ervin Laszlo, fundador de la filosofía de sistemas: "La vida evoluciona, el universo mismo evoluciona, en una 'danza sagrada' con un campo subyacente." 


Esto parece ser precisamente lo que el antiguo Avata Saka Sutra del budismo Mahayana está describiendo como la "maravillosa red" de energía que conecta a todas las cosas en el cosmos. Si el universo es no local y holográfico, esta red no solamente enlaza todo sino que cada punto en su interior también refleja todos los demás. El Sutra comienza por declarar que en un momento dado en el pasado distante, esta red estaba "suspendida" y que "se extendía infinitamente en todas las direcciones" como el universo mismo.


Además de ser el universo, la red lo contiene y le ofrece cualidades holográficas. El antiguo Sutra describe un número infinito de joyas a lo largo de la red que tienen la función de ojos cosmicos.Por consiguiente , todas las cosas son visibles para todas las demas. En lo que puede ser la más antigua descripción de un holograma descubierta hasta la fecha, el Sutra revela entonces el poder de cada joya de crear el cambio a través de la red entera: "Cada una de las joyas reflejadas en esta joya está también reflejando a las demás, por lo cual está ocurriendo un proceso infinito de reflexión." Según la traducción del Sutra al que me refiero, esta red "simboliza un cosmos en el que hay una relación mutua repetida infinitamente entre todos los miembros del cosmos." 


Qué hermosa descripción del principio sutil, no obstante poderoso, que la naturaleza utiliza para sobrevivir, crecer y evolucionar. En un universo holográfico, en donde cada pieza ya tiene reflejado el mundo entero en una escala menor, todas las cosas ya están en todas partes. El principio holográfico nos promete que todo lo que necesitamos para sobrevivir y crecer está siempre con nosotros, en todas partes, todo el tiempo..., desde la sencillez de una brizna de yerba hasta la complejidad de nuestros cuerpos.


Cuando comprendemos el poder de nuestro holograma infinitamente conectado, es claro que nada está escondido y no hay secretos, estas cosas se derivan de nuestro sentimiento de separación. Aunque puede parecer que estamos desconectados unos de los otros y del resto del mundo, ese desprendimiento no existe en el plano en donde el holograma se origina: en el interior de la Matriz Divina. En este nivel de unidad, no existe tal cosa como"aquí" y "allá."


Ahora, podemos responder el "porqué" de los misteriosnuestros experimentos.


Cuando el ejército de los Estados Unidos realizó estos experimentos con el donante y sus células, el ADN actuó como si siguiera conectado con la persona y sus emociones. Incluso, cuando el donante y su ADN fueron separados por distancias de hasta 560 kilómetros, los resultados fueron los mismos y el misterio siguió, porque nuestras explicaciones convencionales para responder por qué el ADN reacciona a las emociones de su dueño, son inválidas.


La mayoría de las personas asumirían que hubo algún tipo de energía compartida en este experimento. Cuando pensamos en energía, nos imaginamos típicamente que se genera en un lugar y luego es transmitida o enviada de alguna manera a otro.


Al igual que la imagen de nuestro televisor, o nuestra música favorita en la radio, son el resultado de energía siendo emitida desde un punto A hasta un punto B, también suponemos que algún tipo de fuerza viaja del donante a su ADN. Sin embargo, para que ocurra una transferencia, se toma tiempo llegar de un lugar a otro. Aunque este intervalo puede no ser muy largo, quizá un nanosegundo, debe transcurrir una cantidad de tiempo para que una energía convencional se mueva de un punto a otro.


Sin embargo, el punto clave de este experimento fue que un reloj atómico (con una precisión de un segundo en un millón de años), demostró que no hubo dicho lapso de tiempo. El efecto fue simultáneo porque no hizo falta dicho intercambio. En el ámbito cuántico, el donante y el ADN eran parte del mismo patrón, y la información de uno ya estaba presente en el otro. Ya estaban conectados. La energía de las emociones del donante nunca viajó a ningún lugar porque ya estaba en todas partes.


Cualquier cambio que deseamos ver en el mundo, desde la sanación y la seguridad de nuestros seres queridos hasta la paz en el Medio Oriente o cualquiera de las más de sesenta naciones ahora mismo involucradas en conflictos armados, no tiene que ser enviado desde nuestros corazones y mentes a los lugares en donde se necesita. No es necesario "enviar" nada a ningún lugar. Una vez que nuestras oraciones están en nuestro interior, ya están en todas partes.


Clave 14: El holograma de la conciencia conectado umversalmente nos promete que en el instante en que creamos nuestros buenos deseos y oraciones, ya han sido recibidos en su destino.


Las implicaciones de este principio son vastas y profundas. No obstante, para saber realmente lo que significa esto en nuestras vidas, debemos examinar la última parte de cómo funciona el holograma: el poder de crear cambios desde ahí. Si de verdad todo está conectado y todo está en todas partes todo el tiempo, entonces, ¿qué ocurre cuando cambiamos algo en una parte del holograma? Una vez más, la respuesta puede sorprenderlo.


UN CAMBIO EN CUALQUIER LUGAR SIGNIFICA UN CAMBIO EN TODAS PARTES.


En la película Contacto, hay escenas que se remontan a la infancia de la protagonista y muestran la influencia de su padre antes de su muerte repentina. Apoyando la ambición con la cual ella se enfocaba en sus metas, su padre le comentaba a menudo que las cosas más grandiosas del futuro se lograban por medio de pasos pequeños.


No solamente éste es un gran consejo de parte de todo padre a sus hijos, parece ser precisamente la forma en que funciona el holograma de la conciencia y de la vida. Cuando realizamos  pequeños cambios aquí y allá, de repente todo parece cambiar. De hecho, una pequeña alteración en un lugar puede cambiar definitivamente todo un paradigma.


El visionario y filósofo Ervin Laszlo describe la razón por la cual esto ocurre: "Todo aquello que ocurre en un lugar ocurre también en otros lugares; todo lo que ocurre en un instante,también ocurre en todos los instantes a continuación. Nada es "local y limitado a dónde y cuándo está ocurriendo."


Grandes maestros espirituales como Mahatma Gandhi y la Madre Teresa demostraron con mucha elocuencia, que el principio holográfico de la no localidad es una fuerza inmensa, como el "David" ante el "Goliat" del cambio en el mundo cuántico.


Así como un holograma contiene la imagen original en todas sus partes, cualquier cambio realizado en uno de esos segmentos se refleja en todas partes a lo largo del patrón. ¡Qué relación más poderosa! ¡Un sencillo cambio en un lugar puede marcar la diferencia en todas partes! Quizá el mejor ejemplo de cómo las pequeñas modificaciones pueden afectar todo un sistema, puede ser visto en algo con lo cual estamos familiarizados todos: el ADN de nuestros cuerpos.


Se estima que el humano promedio tiene entre 50 y 100 billones de células en su cuerpo.


Cada una de esas células posee 23 pares de cromosomas que contienen el ADN (código de vida) del individuo. Cuando hacemos cuentas, esto significa que las personas pueden llevar algo así como entre 2,300 y 4,600 billones de copias de ADN en sus cuerpos. Imagínese tan sólo lo que se tomaría realizar un cambio en el ADN de alguna persona si tratáramos de actualizar cada copia, una célula a la vez. Pero cuando el ADN llega a modificar el patrón de una especie, no tiene que hacerlo de modo lineal, una hebra a la vez. En razón del principio holográfico, cuando el ADN es alterado, ese cambio se refleja a lo largo del todo.


Clave 15: A través del holograma de la conciencia, un pequeño cambio en nuestras vidas se refleja en todas partes en nuestro mundo.


Es importante comprender el principio holográfico, porque parece describir precisamente la forma en que funcionamos. Desde el ADN de nuestros cuerpos hasta la estructura atómica del mundo que nos rodea y la forma en que la memoria y la conciencia funcionan, parece ser que somos hologramas de una existencia mayor que apenas estamos comenzando a entender.


EL CEREBRO HOLOGRÁFICO EN UN UNIVERSO HOLOGRÁFICO


Un documental de la década de los setenta,sobre unos cirujanos operando un cerebro humano, para aliviar la presión en las profundidades del tejido causada por un accidente. Aunque el paciente estaba totalmente despierto y consciente, porciones de su cerebro expuesto estaban siendo estimuladas con sensores eléctricos, para ver cuáles partes del cuerpo estaban relacionadas con esos segmentos. Por ejemplo, cuando un electrodo tocó un lugar, el paciente "vio" una ráfaga de colores, y entonces se anotaba ese lugar como el centro visual.


El revolucionario trabajo del neurólogo Karl Pribram también ha descubierto que las funciones cerebrales son más globales de lo que fue alguna vez postulado. Antes del trabajo de Pribram, se creía que nuestro cerebro trabajaba como maravillosas computadoras biológicas, que almacenaban tipos de información en particular en lugares precisos. En este modelo mecánico de memoria, había una correspondencia directa entre ciertos tipos de recuerdos y los lugares en donde eran almacenados. El problema fue que en los experimentos de laboratorios lo que se encontró no fue el recuerdo localizado.



De forma muy parecida a como el documental mostraba lugares en el cerebro del hombre que "conocían" la función de otras áreas, los experimentos demostraron que los animales retenían sus recuerdos y seguían con sus vidas, aunque se removieran de sus cuerpos las partes de su cerebro en donde se creía que se alojaban estas funciones. En otras palabras, parecía que no había una correspondencia entre los recuerdos y un lugar físico en el cerebro. Era obvio que la visión mecánica del cerebro y la memoria no era la respuesta, algo más debía estar ocurriendo, algo extraño y maravilloso.


A comienzos de los setenta, Pribram promovió un nuevo y poderoso modelo para explicar la evidencia de los experimentos. Comenzó a pensar en el cerebro y en los recuerdos contenidos en él, como si estuviera trabajando con hologramas. Una de las claves que confirmó que Pribram iba por buen camino fue la confirmación del laboratorio, de la manera en que procesamos mentalmente la información. Recurrió a investigaciones anteriores para comprobar su hipótesis. En los años cuarenta, el científico Dennis Gabor usó un conjunto complejo de ecuaciones conocido como la Transformada de Fourier (llamadas así según su descubridor, Joseph Fourier), para crear los primeros hologramas, obra por la cual ganó un Premio Nobel en 1971. Pribram supuso que si el cerebro en verdad funcionaba como un holograma, distribuyendo información a lo largo de sus circuitos flexibles, entonces debería procesar la información de la misma forma que lo hacen las ecuaciones de Fourier.


Sabiendo que las células del cerebro crean ondas eléctricas, Pribram fue capaz de probar los patrones de los circuitos usando la Transformada de Fourier. Según lo esperado, su teoría fue correcta, los experimentos probaron que nuestro cerebro procesa la información de una forma que equivale a las ecuaciones de un holograma. Pribram aclaró el modelo del cerebro por medio de una simple metáfora de hologramas dentro de hologramas.


En una entrevista afirmó: "Los hologramas en el marco del sistema visual son... hologramas parches." Son porciones muy pequeñas de una imagen mayor. "La imagen total está compuesta en gran parte al igual que el ojo de un insecto, que tiene cientos de pequeños lentes en vez de un solo lente grande... 


Cuando uno lo experimenta se obtiene el patrón total entretejido como una pieza unificada." Curiosamente, aunque Pribram y David Bohm comenzaron su trabajo por separado, ambos usaron la misma explicación para describir los resultados de sus experimentos. Cada uno de ellos aplicó el modelo holográfico para darle sentido a la vida. 


Bohm, como físico cuántico, observaba el universo como un holograma. Pribram, como  neurólogo, estaba estudiando el cerebro como un procesador holográfico mientras nuestras mentes realizaban los procesos holográficos. Cuando se combinan ambas teorías, el resultado es nada menos que una posibilidad capaz de destruir paradigmas


Esa posibilidad sugiere que somos parte de un sistema mucho mayorde muchas realidades,en el interior de realidades, en el interior de otras realidades. En ese sistema, nuestro mundo podría ser considerado como una sombra o una proyección de eventos, que están ocurriendo en una realidad subyacente más profunda. Lo que vemos como nuestro universo es en realidad nosotros, nuestras mentes individuales y colectivas, transformando las posibilidades de los dominios más profundos en realidad física. Esta forma radicalmente nueva de vernos y de ver el universo nos proporciona nada menos que acceso directo a todas las posibilidades, sueños o anhelos que jamás hayamos deseado o imaginado (u orado por lograr).


En sus estudios, Pribram ofrece una razón para precisamente esas posibilidades. Por medio del modelo holográfico del cerebro relacionándose con el universo, él dice que el funcionamiento de nuestro cerebro permite que las experiencias trasciendan el tiempo y el espacio. 


En el marco del contexto de este modelo holográfico, todas las cosas se vuelven posibles. 


La clave para experimentar el poder de estos resultados potenciales es que debemos pensar en nosotros bajo este nuevo concepto. Y cuando lo hacemos, algomaravilloso comienza a ocurrir: hemos cambiado. Podemos tener un concepto distinto de nosotros sólo cuando tengamos una razón para hacerlo. 


El concepto de la Matriz Divina, como un holograma conectado universalmente, nos promete que estamos limitados solamente por nuestras creencias.Como sugieren las antiguas tradiciones espirituales, los muros invisibles de nuestras creencias más profundas pueden convertirse en nuestra mayor prisión. No obstante, también nos recuerdan que son nuestras creencias las que pueden convertirse en nuestra mayor fuente de libertad. 


Por muy distintas que sean entre sí las sabias tradiciones del mundo, todas nos llevan a la misma conclusión:



La oportunidad de estar libres o en prisión es nuestra, y somos los únicos que podemos tomar esa decisión.


fuente del texto/alquimiayciencias.blogspot.com

domingo, 4 de octubre de 2015

La Palabra Perdida: buscando el verdadero nombre de Dios.

TODO EL ESOTERISMO OCCIDENTAL Y BUENA PARTE DE SU HOMÓLOGO ORIENTAL GIRA EN TORNO A LA NOCIÓN DE UNA MISTERIOSA PALABRA O VERBO SECRETO QUE AL SER PRONUNCIADO DA ORIGEN AL PROCESO COSMOGÓNICO.


Estrella Flamígera 
Pablo Ianiszewski F.
La Palabra Perdida, misterio de misterios, vírgula fecundadora del maremágnum, centella primigenia y simiente de la eternidad. Por su extravío los hombres han caído en desgracia y vagan por sucesivos eones en la más completa oscuridad. Es el secreto mejor guardado de la historia sagrada, esa que no aparece en los libros de texto ni se enseña ya en las escuelas. Conocida es la apertura del Evangelio según San Juan cuando declama: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de Él, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron”. En estas palabras, pronunciadas millones de veces desde hace 2 mil años, podemos vislumbrar un fragmento del enigma que nos proponemos circunvalar.
Todo el esoterismo occidental y buena parte de su homólogo oriental gira en torno a la noción de una misteriosa Palabra o Verbo Secreto que al ser pronunciado por el Creador da origen al proceso cosmogónico, a la generación de los mundos y el desenvolvimiento del drama universal, con sus infinitas diversificaciones y movimientos, en una danza cuyo arcano exige al neófito un salto de comprensión suprarracional. En nuestro nicho cultural, el misterio de la poderosa Palabra Perdida nos ha llegado de manos hebreas a través de la Torah y el Tanaj, pero sus ecos resuenan tanto en el Evangelio como en el Corán y el Ginza. Desde luego, el estudio comparativo demuestra que esta noción de un Verbo Divino y fecundador tiene su germen pretérito en toda la mitología del creciente fértil y desde luego, en el omnipresente Egipto faraónico. Como nunca es buena idea buscar en las ramas lo que sólo puede hallarse en las raíces, habrá que revisar ineludiblemente el mito de la creación de Heliópolis, que se encuentra registrado en los famosos Textos de las Pirámides, diseminados en distintas locaciones a lo largo del río Nilo, y en el papiro Bremner-Rhind, alojado en el Museo Británico de Londres.
Nos cuenta el mito cosmogónico egipcio que en el principio tan sólo existía el Nun, el confuso e indiferenciado océano primordial, en cuyas oscuras aguas se encontraba totalmente diluido Atum, el padre de todos los Dioses. Allí no existía nada, ni cielo, ni tierra, ni vida, ni muerte. Tan sólo reinaba el caos de lo perfectamente confuso. Sin embargo, de aquella disolución divina surgió una voz, la atronadora entonación de Atum al pronunciar las palabras que abren las alas del Ser. Tomando conciencia de su propia existencia gritó: “¡Ven a mí!”. Y en ese grito desgarrador que atravesó el líquido vacío de lo sin forma, el Dios primordial se dio origen a sí mismo como Atum-Ra, la primera luz. Habiéndose diferenciado del caótico océano de Nun, concibió una segunda separación al hacer brotar en medio de todo una enorme montaña, elaxis mundi bajo la forma perfectamente piramidal de la sagrada colina de Benben, que constituirá la primera coagulación de la materia. Este monte será el primer lugar, un establecimiento con el que se da inicio al ordenamiento universal que hace posible la vida. De las siguientes diversificaciones creativas irán surgiendo los principios masculino y femenino en la forma de cuatro parejas de Dioses que, junto a Atum-Ra, estructuran la enéada heliopolitana por la que todas las cosas fueron hechas. Lo que destacamos de la narración es la ineludible presencia de la palabra creadora, bajo cuya articulación se inicia el primer movimiento que contiene en sí el principio del devenir.
¿Qué es este Verbo? En el libro del Génesis se da cuenta del movimiento creativo a partir del mismo océano indiferenciado del mito egipcio, cuando nos señala que al principio las tinieblas cubrían la faz del abismo y el espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas. Entonces Elohim dijo “¡hágase la luz!”. Y la luz fue hecha. Este Fiat lux vuelve a ponernos en presencia del poder de la Palabra Divina, que vemos representada incluso en la ingenuidad de los cuentos de hadas bajo la forma velada de unas “palabras mágicas” que abren las puertas de lo milagroso y sorprendente. La Palabra es un sonido y a la vez un espíritu, o si se prefiere, es un sonido que sirve de carro al espíritu de Dios en su desenvolvimiento y división para gestar las esferas del universo. El acto del habla le confiere al ser humano la capacidad única de interactuar y transmitir la idea, siendo así el medio por el que el reino invisible del Intelecto puede ser dado a luz. En la comunión de las ideas transmitidas el espíritu humano se manifiesta en plenitud. ¿Cómo no afirmar lo propio del espíritu de Dios, el Ruach Elohim?
El Verbo es la línea generatriz de todas las posibilidades en la Mente del Gran Arquitecto, a la vez que el sonido de su enunciación constituye su vehículo transmisor. Pero las tradiciones iniciáticas del mundo entero nos aseguran que la Palabra se ha perdido. La noción de pérdida se sostiene en la estructura mítica que recurrentemente retorna a la necesidad de una búsqueda, de una recuperación de la dignidad olvidada, que en Platón y la corriente que le sigue adquiere una nostalgia que atraviesa las almas que abrazan la muerte, comprendiéndola como la salida de la oscura caverna del reino material. Retornar al origen es el verdadero poder de la Palabra Perdida. Por ella se haría efectivo el completo Tikkun Olam de los cabalistas, la rectificación del mundo tras la caída.
La Palabra que da origen a la Luz es sin embargo una restricción, una contracción de la misma Luz Divina en la teología mística del gran rabí Isaac Luria. Encontramos una noción sumamente parecida a la del tzimtzum de la cábala en la cosmogénesis de Jakob Böhme, cuyo primer acto abre con una contracción en el seno de la Divinidad. Al mismo tiempo que Dios da comienzo a la creación con la pronunciación del primer movimiento, debe restringir su propia magnificencia para dar cabida al espacio y al tiempo, que son inevitables suspensiones de lo Divino, ausencias en donde la radiación espiritual queda constreñida y por ello oculta. A medida que se desenvuelve el proceso de emanaciones a través de las 10 Sephirot, esta ocultación de la Luz se hace progresivamente mayor, añadiendo velos cada vez más densos que impiden la contemplación directa del Rostro Divino. Tenemos aquí una primera pérdida, o más propiamente un ocultamiento. En el mito cabalístico, la Palabra Perdida fue transmitida a Adán y a sus descendientes a través de la línea de Set, como un secreto que debían custodiar, porque les aseguraba el permanente contacto con el Creador. Esa Palabra no es otra cosa que Ha-Shem, el Nombre de Dios expresado gráficamente en el impronunciable Tetragrammaton. Habrá otras pérdidas, como la del Edén y la del Arca de la Alianza que contenía las Tablas de la Ley, así como el sagrado nombre.
El grado de Maestro en la masonería gira precisamente en torno a la Palabra Perdida, entendiéndose nuevamente por ello el nombre secreto de Dios, que tras el simbólico asesinato de Hiram Abif, ya no puede ser encontrado sobre la Tierra. Dicho nombre reaparece en los capítulos del Arco Real, donde se ofrece una palabra sustituta que, según la mayoría de los estudiosos, resulta de la contracción y conjunción de tres formas diferentes para nombrar al Altísimo en las tradiciones hebrea, fenicia y egipcia. Desde luego, este nombre se transmite bajo el juramento de secreto masónico y no debe ser reproducido. Empero, dicha palabra de reemplazo no es el verdadero Nombre Divino, tan sólo una llave para abrir el apetito de la búsqueda. La auténtica Palabra Perdida es de suyo intransmisible e impronunciable, como lo atestigua todo el judaísmo. El temor reverencial al Nombre se evidencia en la práctica cotidiana de aludirlo indirectamente, evitando incluso escribir en forma completa la palabra “Dios”. Pero como en toda regla hay excepciones, pensemos en lo que nos transmite la leyenda sobre el Templo de Salomón, donde una vez al año el sumo sacerdote ingresaba al Sanctasanctorum para pronunciar las cuatro consonantes y pedir perdón por los pecados del pueblo de Israel.
La tradición primordial de la que brota toda sabiduría, parece indicarnos insistentemente en sus múltiples manifestaciones que el hombre ha perdido tanto el contacto directo con Dios como su propio estado de divinidad. ¿No nos dice la misma Escritura que somos dioses? (Salmo, 82:6 y Juan, 10:34). Aquí se hace evidente el trasfondo platónico y hermético que inevitablemente tiñó la formulación de los credos monoteístas en la ribera oriental del mediterráneo. Aunque el contacto del pueblo hebreo con la cultura grecorromana y las distintas tribus semitas del sector puede explicar fácilmente el contagio, no es menos cierto que la transmisión de la doctrina esotérica tradicional se beneficia de dicha “contaminación” en la medida en que le hace posible su traspaso seguro, codificada tras el grueso manto del exoterismo religioso. Asegura la leyenda masónica que el rey Salomón mandó construir una bóveda secreta bajo el Templo de Jerusalén, cámara oculta que mantenía las mismas proporciones que el gran edificio superior. A ella se accedía por una escalera de 24 peldaños divididos en cuatro tramos de tres, cinco, siete y nueve escalones. En la bóveda, de cuya existencia sólo sabían Salomón y los maestros constructores, dispuso un pedestal triangular en el que mandó grabar los diversos sellos y sigilos de la sabiduría secreta. En ese lugar se escondió el mayor tesoro que el hombre pudiese imaginar: la Palabra que encierra el nombre del Gran Arquitecto del Universo. ¿Y no buscaron los Templarios esa misma cripta durante 9 años, excavando bajo los restos del Templo en el monte Sión?
En el misticismo islámico existe la misma cuestión alrededor del nombre esencial de Allah. ElCorán desarrolla una teología en la que Dios se presenta bajo 99 nombres que reflejan sus distintos atributos, pero deja en el más absoluto misterio el último y más sagrado de todos ellos: el de su Esencia. Es este centésimo Nombre Divino el que suscita las especulaciones místicas más notables del sufismo, y su custodia es un secreto que guarda celosamente el Shaikh, que no lo comunicará más que a los derviches de mayor rango y realización. El Gran Nombre (Ism al-’Azam) puede obrar prodigios y abrir las puertas de la existencia a la presencia divina. Algo similar ocurre en las religiones dhármicas por el uso del mantra, con su potencial para liberar la mente y su concepción del sonido AUM como núcleo sonoro de la suprema realidad de Brahman. En la cosmogénesis del Corpus Hermeticum, el Verbo (Logos) vuelve a aparecer ocupando el lugar central de potencia creadora. Asimismo figura en las distintas versiones cosmogónicas de los círculos gnósticos de Alejandría, que comparten con la Hermética un mismo trasfondo cultural. Dice el Poimandres:
El Verbo santo vino a abrazar la Naturaleza, y un fuego sin mezcla se lanzó fuera de la naturaleza acuosa hacia lo alto, hacia la región sublime; era ligero y vivo, y activo al mismo tiempo; y el aire, siendo ligero [también], siguió al soplo ígneo, elevándose hacia el fuego a partir de la tierra y el agua, de manera que parecía suspendido del fuego. La tierra y el agua permanecían en su lugar, ambas íntimamente mezcladas entre sí, tanto, que no se distinguían: y eran incesantemente movidas bajo la acción del soplo del Verbo que se encontraba por encima de ellas, según el oído percibía.
Vemos aquí otra vez más el poder articulador de la Palabra de Dios, esa misma que muchas iglesias cristianas pretenden predicar sin comprender demasiado lo que insistentemente repiten a sus fieles.
Volvamos al Fiat lux del Génesis. Hay algo de inefabilidad detrás de un Dios cuya luz no puede ser vista antes de que el sonido de su voz haya sido escuchado. Esta invisibilidad se repite en la voz que escuchan todos los patriarcas y profetas, un rasgo propio de la iconoclasta religiosidad abrahámica. Pero encontramos la misma característica en buena parte de la tradición espiritual del oriente próximo. Es casi seguro que el Nombre Secreto seguirá extraviado hasta el fin de los tiempos, pues hay algo que siempre está perdido en todo camino iniciático: el Santo Grial en las sagas caballerescas, el paraíso en la espiritualidad judeocristiana, el caldero mágico entre los celtas, la Atlántida en la leyenda platónica, la Thule en los mitos hiperbóreos, las manzanas doradas del Jardín de las Hespérides o la Palabra Perdida en el rito masónico. Recuperarlo es la posibilidad de reactivar la condición divina en el hombre, volver a restituir la unidad del Adam Kadmon de los cabalistas o el Insan al-Kamil de los sufíes. Porque todos somos células dispersas de un único Hombre: el Verbo Encarnado.
fuente/Pijamasurf